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Por primera vez en la historia, tres países organizan conjuntamente la Copa Mundial de Fútbol de 2026. Estados Unidos, México y Canadá serán las sedes de este gran torneo que se espera que genere unos ingresos de 14.000 millones de dólares, convirtiendo a esta competición deportiva en la más lucrativa jamás celebrada.
Dinero, dinero y más dinero. Millones y más millones. Negocio y más negocio… Y, de repente, en medio de todo ese despilfarro mediático, descubres el verdadero sentido del deporte rey en alguna recóndita aldea del Golfo de Guinea. Primario, alegre, omnipresente y bullicioso. Solidario, inclusivo, festivo y racial. Felicidad en estado puro, que no distingue entre etnias, estrato social, capacidad motora, nivel intelectual o familiar…
Aquí, cualquier excusa es buena para iniciar una pachanga. En cualquier parte, bajo cualquier contexto. Verdadero acto social que reivindica la pertenencia a un grupo, a una tribu, a un pueblo… Banderas, camisetas, muletas, balones, sillas de ruedas… fútbol y más fútbol… siempre fútbol, en esta nuestra preciosa y perfecta, otra copa del mundo.



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El fútbol no es cuestión de privilegios, sino de derechos. Según acreditó la Convención sobre los Derechos del Niño, el fútbol es un lenguaje universal para millones de personas en todo el mundo, incluidos niños, niñas y adolescentes, independientemente de su lugar de origen, idioma que hablen o religión a la que pertenezcan.
En el corazón del Golfo de Guinea, en Togo, existe un pequeño centro para niños con severas y profundas discapacidades físicas e intelectuales. Un precioso enclave que intenta proporcionar a estos críos la atención especializada y personalizada que necesitan para mejorar su calidad de vida. En África, los niños con discapacidad (especialmente las niñas) corren un alto riesgo de sufrir abusos físicos, emocionales y sexuales, así como de ser abandonados por sus familias. La gente cree que las discapacidades se deben a un castigo divino. Estos menores (conocidos como «serpientes», ya que yacen en el suelo) son considerados «demonios» y se les ahoga en el río en rituales «para que la serpiente se vaya».
Mientras tanto, para estos niños del Centro Don Orione todo es fútbol que trae paz para sus almas y libertad para sus mentes… Gritando felices, jugando libres… Es más que un deporte. Una hermosa combinación de esperanza y nuevo hogar. Un gran viaje en el tiempo y la memoria hacia su nueva vida, en donde todos sueñan con convertirse en el nuevo Messi en busca de su próximo gol…


